Por: Mario Morales Charris, 33º
Ex Gran Maestro de la Muy Respetable Gran Logia
del Norte de Colombia
Al dejar el Museo de Louvre y luego de apreciar la pequeña Plaza de las Pirámides donde se levanta la estatua ecuestre de la heroína, militar y santa francesa Juana de Arco,… ¡vaya sorpresa!, nos encontramos un grandioso y bellísimo jardín con fuentes, esculturas y un laberinto de árboles frutales y ornamentales que convivían con grandes macetas con flores, una viña y un huerto; todo rodeado de un gran muro que no permitía ver hacia el interior. Pues, se trataba nada menos que del Jardín de la Tullerías.
El Jardín de las Tullerías es una sabana o planicie que debe su nombre a que, en la época medieval, se levantaban aquí numerosas fábricas de baldosas o azulejos (“tuiles” en francés). Siglos después, Catalina de Médicis mandó a construir en este lugar el Palacio de Tuileries, rodeado de un gran jardín de estilo florentino, lleno de fuentes, esculturas, arboledas, viñedos y un encantador laberinto.
La llanura de las Tullerías comienza en el Arco de Triunfo del Carrusel, junto a la moderna pirámide de vidrio del Louvre. Finaliza en el obelisco de la Plaza de la Concordia, después de casi un kilómetro de jardines, rodeados por la Terraza de Invernadero de Naranjos (“Orangerie” en francés) sobre el río Sena y la del museo de arte contemporáneo (llamado habitualmente Jeu de Paume) que se encuentra en la esquina noroeste del Jardín de las Tullerías, asomada a la Calle de Rivoli.
Estos jardines fueron en su época el prodigioso escenario de recepciones y fiestas, un paraíso verde en el corazón de la capital francesa. En tiempos de la Revolución, tanto el palacio como los jardines fueron el centro del poder republicano, época en la que se hizo servir como huerto.
Con todo, ya muy agotados de tanto recorrer este jardín y de observar sus bellas esculturas elaboradas por artistas famosos, de las cuales sólo voy a referirme a dos de ellas porque me llamaron poderosamente la atención. No quiero decir que las demás no sean importantes, sino que por cuestión de espacio, en la revista El Misionero, no me es posible hacer un relato de cada una de ellas.
Monumento a Cézanne.
El Monumento a Cézanne –fue una de las tantas esculturas que nos llamó la atención por su belleza y la estética del arte– realizada originalmente en plomo en 1925 por el pintor y escultor francés Aristide Maillol, considerado como el padre del arte moderno, con una gran influencia del arte clásico griego, dedicado casi exclusivamente al desnudo femenino.
La figura es una versión en bronce ubicada en el Parque de las Tullerias, en París en 1964, muy cerca del museo de Louvre.
La modelo que inspiró a Maillot para esta obra es Dina Vierny, de origen moldavo y fallecida el 20 de enero del 2009 con casi 90 años. Según Maillot era la encarnación de la feminidad mediterránea.
El Beso de Auguste Rodin.
Así como Mozart dedicó muchas composiciones musicales a la Francmasonería, también Rodin –considerado como uno de los mejores escultores de su época– fue un Masón activo que durante toda su vida, esculpió un sinnúmero de obras de carácter iniciático, legando a la Humanidad un mensaje de paz y fraternidad a través de su obra. Como ejemplo tenemos «La Piedra Bruta», «El Pensador», «Las Tres Sombras», etc.
El Beso originalmente es una escultura de mármol elaborada en 1886 e inspirada por el apasionado amor de Francesca da Rimini y Paolo Malatesta, actores del poema de La Divina Comedia, escrito por Dante Alighieri (1265 – 1321). Considerada como la obra maestra de la literatura italiana y una de las más importantes de la literatura universal.
Los comediantes citados fueron sorprendidos besándose por el marido de Francesca a quienes asesinó y condenados a errar en los Infiernos.
El Beso de Auguste Rodin, es el beso más famoso de la historia de la escultura. Debido al éxito logrado, Rodin no dudó en producir algunas versiones en diversos materiales. Fue el gobierno francés el que en 1888 encargó la primera copia en mármol de la misma. Por consiguiente, en los Jardines de las Tullerias, de tanta importancia para los franceses, no podía faltar una obra de tal magnitud del parisino y Hermano Masón, Auguste Rodin. Allí encontramos una, realizada en bronce entre 1881 y 1898.
Referencias bibliográficas
1) Diccionario Enciclopédico Lexis 22. Círculo de Lectores. Barcelona, España. 1976.
2) Enciclopedia práctica Jackson. W. M. Jackson. Inc., Editores. Octava edición. México. 1966.
3) Gran Diccionario Enciclopédico Universal. Editorial Argos Vergara S. A. Barcelona, España. Prolibros Ltda. Bogotá. Abril de 1988.
4) Historia Universal Comparada. Hans H. Hofstätter y otros. Editorial Plaza & Janes S. A. Barcelona. España. 1977.
5) Historia Universal Planeta. Editorial Planeta, S. A. Barcelona. España. 1977.
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