Ha sido costumbre, en un grupo social, utilizar el término «virtud» para referirse a las cualidades de una persona. V. gr.: Una de las virtudes del Masón o Masona es ser tolerante, Mozart tuvo muchas virtudes como compositor y arreglista, como también para ejecutar desde niño el clavecín.
Los antiguos griegos le daban gran valor a la virtud; para lo cual utilizaban el vocablo areté, indicando con ello “la perfección y plenitud de las potencias constitutivas de una naturaleza”. En otras palabras eran aquellas cualidades que hacen que las cosas en general sea lo que les corresponde básicamente ser, logrando la excelencia que les es propia.
Debemos señalar que antes de Sócrates, la locución areté se le asignaba a las herramientas de trabajo, a los instrumentos musicales, a los animales, a las diferentes clases de trabajadores, etc.
Se hablaba, por ejemplo, de la areté de un caballo para describir su carrera, potencia y su capacidad para pasar obstáculos, ya que estas peculiaridades son las que hacen “excelente” a un caballo. Asimismo es importante indicar que la areté para los primeros griegos tenía una condición guerrera, el ejemplo clásico es Aquiles, quien prefiere morir en combate antes que cualquier otra forma de vida. En este sentido, los griegos de la época de Homero y de Hesíodo, y hasta el siglo IV a. d. n. e., hablaban de la areté como de una fuerza o una capacidad: el vigor y la salud son la areté del cuerpo, la sagacidad, la inteligencia y la previsión son areté del espíritu.
También es evidente que en la antigua Grecia la areté fue exclusiva de la nobleza. No se podía aprender o practicar porque se pensaba que era adquirida genéticamente; en cambio, los sofistas la concebían como el arte de vivir y gobernar, por tanto se podía estudiar o cultivar.
Con el transcurrir del tiempo el término areté fue tomando un vínculo con lo moral. Justamente, Sócrates fue el primero, en el s. V a. d. n. e., en concederle a la expresión areté un significado moral, la
Si bien hubo interés por la virtud en las distintas tradiciones filosóficas de la filosofía europea, también es cierto que ésta la encontramos, en especial, en la filosofía helénica. Evidentemente la hallamos de manera particular en las obras de Sócrates, Platón y Aristóteles. De hecho en Occidente la ética de la virtud fue la orientación influyente del pensamiento ético en los tiempos antiguo y medievo, en cambio en la época moderna es dejada de lado al caer en desdicha la escuela aristotélica. No obstante, en el periodo contemporáneo, la ética de la virtud, vuelve a tomar realce, y actualmente, junto con la (deontología[1] –Immanuel Kant y Jeremy Bentham– y el consecuencialismo[2] o teleologismo donde conseguiríamos meter el utilitarismo) es una de las tres corrientes más destacadas.
Aristóteles muestra en la obra dedicada a su hijo Nicómaco[3], que la virtud humana no puede ser ni una facultad ni una pasión sino un hábito. Que sea un hábito quiere decir que aparece no por naturaleza sino como resultado del aprendizaje, y más exactamente de la práctica o repetición. La práctica o repetición de una acción genera en nosotros una disposición permanente o hábito ―de ahí que la tradición aristotélica hable de una segunda naturaleza para referirse a los hábitos― que nos permite de forma casi natural la realización de una tarea. Los hábitos pueden ser buenos o malos; son hábitos malos aquellos que nos alejan del cumplimiento de nuestra naturaleza y reciben el nombre de vicios, y son hábitos buenos aquellos por los que un sujeto cumple bien su función propia y reciben el nombre de virtudes.
Los teólogos distinguen dos teorías para formalizar el concepto de la virtud. La natural, en que la virtud tiene por objeto la práctica de un bien simplemente humano, y la sobrenatural en que la gracia eleva al espíritu y la hace capaz de reconocer a Dios en sus misterios.
Para la Masonería el conocimiento de virtud no es nada nuevo, ya desde sus inicios se hablaba de que el Masón o Masona debe ser un hombre o mujer virtuoso(a). Por consiguiente, estudiaremos resumidamente los distintos conceptos filosóficos sobre la materia, los cuales encontramos en los rituales Masónicos a través de todos los grados que vamos recibiendo. En efecto, las Liturgias nos enseñan muchos principios, que sirven de norma al comportamiento humano dentro del seno de la sociedad; en consecuencia, consideramos a la virtud –como lo señala Aristóteles– como aquel hábito por el cual el hombre se hace bueno y gracias al cual realizará bien la obra que le es propia[5] en busca de la perfección, que viene a ser el modelo para estudiar y comprender los preceptos Masónicos.
Es claro y patente que los Francmasones nos esforzamos por hacer del mundo un mejor lugar de vida para nuestras familias y la sociedad en general. Para lograrlo, nos suscribimos a ciertos principios y virtudes que nos fortalecen como individuos y a la vez solidificamos el vínculo fraternal con nuestros hermanos y hermanas Masones.
En esencia, la virtud es una de las condiciones exigidas para ingresar a nuestros augustos misterios. Es precisamente en la Logia donde el hermano o hermana, a partir de su iniciación comienza a adquirir los conocimientos necesarios para que pueda poner en práctica las virtudes Masónicas.
Ahora, el Masón o Masona que no acepta las virtudes por falta de pulimento de su piedra bruta, es decir, que no corrige sus defectos o no practica los buenos hábitos, se entenderá efectivamente que ha abandonado su misión como tal.
DEFINICIÓN DE VIRTUD
El diccionario de la Real Academia Española[6], en sus diferentes acepciones, la define de la siguiente manera:
Virtud. (Del lat. virtus, -ūtis). 1. f. Actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos. // 2. f. Eficacia de una cosa para conservar o restablecer la salud corporal // 3. f. Fuerza, vigor o valor // 4. f. Poder o potestad de obrar. // 5. f. Integridad de ánimo y bondad de vida. // 6. f. Disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza. // 7. f. Acción virtuosa o recto modo de proceder. // 8. f. pl. Religión. Espíritus bienaventurados que forman el quinto coro y se caracterizan por la fuerza viril e indomable para cumplir las operaciones divinas.
Virtud cardinal 1. f. Religión. Cada una de las cuatro virtudes, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que son principio de otras en ellas contenidas.
Virtud Moral 1. f. Hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por sola la bondad de la operación y conformidad con la razón natural.
Virtud teologal 1. f. Religión. Cada una de las tres virtudes, fe esperanza y caridad, cuyo objeto directo es Dios.
Nos es extraño que Mackey[7] en su obra, Enciclopedia de la Masonería y su relación con la Ciencia, no defina el concepto de virtud, sólo se limita a comentar brevemente las virtudes teologales y cardinales, las que más adelante estaremos analizando.
Lorenzo Frau Abrines[8] define la virtud:
como la integridad de ánimo y bondad de vida. El hábito y disposición del alma para las acciones conformes a la moral. Dote, prenda, las buenas partes o perfecciones de una persona. – Virtud Moral: el hábito que se adquiere para obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley por sola la bondad de la operación y conformidad con la razón natural.
En la misma forma los Masones pensamos que la virtud es, la disposición o capacidad permanente de hacer el bien en su más amplio sentido. También podríamos decir que es el respeto en el cumplimiento de nuestros deberes para con la familia y la sociedad en general sin individualismo ni engreimiento. De hecho, cuando hablamos de virtud nos referimos a un importante valor ético. Lo virtuoso es lo bueno, son las acciones que se ajustan a las normas morales, cívicas, políticas y sociales. La virtud se opone a la corrupción, a la deshonestidad, a la maldad, al defecto o vicio, y tiene una gran significación para la vida ética en la Masonería. Igualmente un Masón o Masona es un hombre o mujer virtuoso(a), que enfrenta con valentía y dignidad el perjurio, la delación o la calumnia, la saña, el odio, el insulto, la falsedad o hipocresía, el chisme, el engaño y la difamación.
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