Por: Mario Morales Charris 33º
Ven:. Maest:. Resp:. Log:. Lealtad No. 7
Ex Gran Maestro de la Muy Resp:. Gr:. Log:. del Norte de Colombia
Ven:. Maest:. Resp:. Log:. Lealtad No. 7
Ex Gran Maestro de la Muy Resp:. Gr:. Log:. del Norte de Colombia
Pres:. Gran Consejo de Cab:. Kadosch «Lealtad Nº 3», Cám:. 30°
El 24 de marzo de 2002, le correspondió a la Gran Logia del Norte de Colombia la sede del Segundo Encuentro por la Fraternidad. Para ello, el Muy Resp.·. Gr.·. Maest.·., I.·. P.·. H.·. Alberto Donado Comas encomendó, en ese entoces, la misión de conducir dicho evento a la Resp.·. Log.·. Nueva Estrella del Caribe Nº 3, lo cual cumplió con lujo de competencia bajo el Mall.·. del Ven.·. Maest.·., I.·. P.·. H.·. Víctor Armenta Palacio, (E.·. O.·. E.·.).
El tema de reflexión fue Tolerancia y Fraternidad, donde todas las LLog.·. asistentes, provenientes de diferentes ciudades del país, presentaron sus ponencias que motivaron a participar activamente a cada uno de nuestros HH.·. en las deliberaciones de los TTrab.·. En efecto, no pretendemos, en este breve ensayo, repetir lo expuesto en el mencionado encuentro, sino ahondar aún más en esas reflexiones ya que nuestro ensayo anterior (ver Plancha Masónica Nº 10) tratamos sobre la Ética Masónica, y como la Tolerancia forma parte de la Ética, nos proponemos examinar algunas teorías sobre la Tolerancia para que sirva de complemento a lo ya estudiado.
CONCEPTO DE TOLERANCIA
A pesar de la gran cantidad de material escrito acerca de la tolerancia, pocas veces se nos ofrece una definición acompañada de un examen detallado de sus partes. Esto, si tenemos en cuenta que la mayoría de los autores son muy proclives a adjetivar la tolerancia (religiosa, liberal, de pensamiento, vertical, horizontal, interna, externa, estatal, del pueblo, etc...) debido al caos cognitivo en que se mueve el estudio de esta valiosa idea.
El diccionario de la Real Academia Española nos enseña:
Tolerancia: (sustantivo femenino) Acción y efecto de tolerar. 2. Respeto o consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras. 3. Reconocimiento de inmunidad política para los que profesan religiones distintas de la admitida oficialmente. (...) De cultos. Derecho reconocido por la ley para celebrar privadamente actos de culto que no son los de la religión del Estado.
Tolerar: (verbo transitivo) Sufrir, llevar con paciencia. 2. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. (...)
Lícito: (adjetivo) Justo, permitido, según justicia y razón. (...)
El estudio cruzado de estas definiciones permitiría aclarar válidamente el concepto de tolerancia como la acción y efecto de permitir algo que no se tiene ni por justo ni permitido, según justicia y razón, sin aprobarlo expresamente.
Claro que esta tesis puede ser combinada de distintas maneras con las mismas definiciones arriba transcritas. No obstante, es necesario aceptar que la que enunciamos aquí es una de las definiciones que necesariamente se colige de las premisas susceptibles de aplicación. Es necesario aceptar, además, que esta posible definición no nos satisface, pues se acerca más bien a la falta de severidad de quien soporta supinamente actuaciones contra la justicia y la razón, supuesto de hecho que no corresponde a la tolerancia, al menos como consideramos que debe entenderse.
Es preciso argumentar, para quien oponga dogmas religiosos a la autonomía de su razón, que las personas que creen en un culto diverso se encuentran erradas. Por tanto, su error produce injusticia, produce una falta contraria a la razón, y que por ello la tolerancia religiosa conduce a aceptar serenamente la actitud ilícita (en justicia y razón) de la persona de convicciones religiosas diversas. Con todo, este mismo planteamiento asociado a actitudes fundamentalistas, o a penas piadosas, tiende a degenerar por el contrario en la intolerancia, pues, deseándose la salvación y la corrección religiosa del prójimo, se le puede obligar a abandonar su “error”. La idea de la condena de la conciencia errada se vincula en él con el convencimiento de que debe existir una instancia con autoridad para decidir sobre el error, con lo cual se vuelve a abrir, de par en par, las puertas a la persecución de los disidentes de la fe. Evidentemente, las maneras de constreñirle a abandonar la conducta errada, su culto religioso, pueden ir desde la mera persuasión respetuosa hasta la cremación en la hoguera, como lo ha demostrado reiteradamente la historia.
Lo cierto es que no podemos estar de acuerdo con esta definición de la tolerancia, ya que se encuentra corrupta por una parcialidad, el prejuicio de que lo que se tolera es una diferencia fundada en el error, en lo injusto, en lo que se opone a la razón. Aceptar una definición como esta, separaría la tolerancia de la intolerancia con apenas una hoja de papel, pues tan fácilmente como se mantiene tendida hacia el “error”, puede decidirse a actuar para corregirlo, y ya sabemos las consecuencias que ese tipo de actuaciones engendran. Admitir la tolerancia como permisividad de lo ilícito, en el tanto que no se comparte expresamente, con lo que se esquiva la complicidad, riñe sin duda alguna con las más elementales normas éticas.
Luego la tolerancia se caracteriza por la aceptación de la diferencia ajena, pero no es correcto considerar que esa diferencia constituya necesariamente un error. Muy por el contrario, y lejos de considerar errores las opiniones divergentes, siempre dentro del campo de la tolerancia religiosa, Locke encuentra su fundamento en función de las características propias del entendimiento humano.
Asimismo podemos señalar, al menos en materia de tolerancia religiosa, que la diferencia que se tolera, concierne a asuntos de opinión, no al conocimiento susceptible de verificación, aunque, como veremos más adelante, puede y debe extenderse a más supuestos de hecho.
La Masonería, que es una antigua institución que se auto define como una sociedad de hombres libres y de buenas costumbres, altruista, filosófica, progresiva y discreta, que ha sido una histórica abanderada de la tolerancia, la define, aunque no de modo oficial ni mucho menos dogmático, como un hábito, el de respetar las opiniones en cualquier materia; opinión de los que creen que debe permitirse en cualquier estado el ejercicio libre de todo culto religioso y respetarse la opinión y manifestación de todas las ideas político sociales
Aún no nos queda suficientemente claro si la tolerancia es un derecho o si se trata de una virtud, o de un camino ético a seguir. Para atrevernos a definir la tolerancia, e identificar sus elementos, creemos necesario hacer un análisis histórico de su desarrollo, así como esclarecer ciertas propiedades suyas que no están suficientemente claras, para luego en las conclusiones poder formular una opinión razonable acerca de su contenido conceptual.
BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE LA TOLERANCIA
En esta parte de nuestro ensayo pretendemos solamente dar a conocer sucintamente cómo se ha desarrollado la tolerancia a través de la historia de la humanidad. Por esta razón, sólo nos limitaremos a examinar aquellos pasajes que hemos considerado más importantes.
Evidentemente el concepto de tolerancia ha venido variando desde la antigüedad, pues aunque hoy se la considera indisoluble de los principios democráticos y del pluralismo, es lo cierto que en tiempos pretéritos existieron muchas sociedades tolerantes pero no necesariamente democráticas.
Se soportaban las diferencias de culto, sin adjetivarlas de error, no por la libertad de conciencia ni por razones de piedad, ocurría por meras razones de utilidad pública: para mantener la paz social y la normalidad de las relaciones comerciales. No en balde sabían los buenos príncipes de la antigüedad que el respeto por las tradiciones de los pueblos conquistados, era garantía de lealtad y estabilidad, noción que tuvo que recordar mucho tiempo después Nicolás Maquiavelo en su tratado El Príncipe. El imperio romano constituye un ejemplo típico.
Ya en sus famosas Meditaciones el sabio emperador pagano Marco Aurelio (quien gobernó Roma desde el año 161 hasta el 180 de nuestra era) que defendió los ideales estoicos que conducen a la felicidad, dedicó uno de los doce libros que las constituían a la tolerancia; que en aquella época se acomodaba mejor en la sociedad gracias al predominio de las religiones politeístas. Ciertamente hubo en la antigüedad muchas sociedades tolerantes, lo cual se debió principalmente al politeísmo, como acabamos de decir, y a los intereses comerciales, que todo hay que decirlo, pues antes como ahora (poco después del Renacimiento), también se dictaron muchas leyes de tolerancia, no por considerarla un valor fundamental, sino en atención de intereses económicos y políticos. Recordemos el descalabro económico que significó para España la intolerancia de los Reyes Católicos que les impulsó a expulsar a la comunidad judía de sus reinos.
Roma, no obstante su politeísmo, se abre a la tolerancia religiosa en el año 313, tras emitirse el Edicto de Milán según el cual los emperadores de Oriente y Occidente aceptaban la libertad de cultos, lo que favoreció la expansión del cristianismo. Sin embargo, no debemos caer en la ingenuidad de considerar que se reivindicaba condescendientemente un beneficio para los cultos diversos del romano, pues en realidad aquello era consecuencia, un pago político, del apoyo militar que la creciente y poderosa comunidad cristiana brindó a Constantino para apartar del poder a su desafortunado suegro Majencio y tomar su lugar tras morir ahogado en el Tíber en su vergonzosa retirada.
La mejor condición estratégica del cristianismo degeneró en una dificultad progresiva para que los paganos y judíos desarrollaran sus cultos. La comunidad cristiana, radicada especialmente en las clases bajas urbanas, antes duramente hostigada por el Imperio Romano en su triste etapa formativa, viéndose ahora tolerada, con un amplio poder y hacienda, y habiendo recibido múltiples beneficios jurídicos y tributarios, asume un movimiento pendular y se torna excepcionalmente intolerante, tanto que muchos autores, incluyendo la mayoría de los clásicos, como Locke, consideran al catolicismo romano como la versión paradigmática de la intolerancia, y por ello afirmaba, paradójicamente, que no debían ser tolerados ni ellos ni los ateos. Intolerancia que se tornó absoluta al ser adoptada por Roma como oficial la religión católica.
Así, la lucha contra las herejías desencadenada desde la caída del Imperio romano (476 e.·.v.·.) ya presagiaba para Europa largos siglos de intolerancia. Sucesos destacados de aquella intolerancia fueron las cruzadas en Tierra Santa o en Europa (catarismo), la guerra contra los infieles, la expulsión de judíos (1492) y moriscos (1609) en la península Ibérica o la práctica de las conversiones forzosas realizadas en las posesiones españolas en América.
Durante la edad media las ideas más avanzadas en materia de tolerancia fueron las de Guillermo de Occam (1300-1350) pues estableció una separación radical entre la fe y la ciencia, y la religión y el mundo, preparando el camino al racionalismo científico y a la reforma protestante.
La Reforma protestante y la Contrarreforma hicieron de la intolerancia una práctica habitual en el s. XVII en Europa, como pusieron de manifiesto las múltiples guerras de religión y la Inquisición. Sin embargo, hubo múltiples movimientos y leyes a favor de la tolerancia, aunque motivados no precisamente por razones altruistas, sino más bien estratégicas o utilitaristas.
Polonia, durante el reinando de Segismundo (1548-1572), fue el primer país en permitir la tolerancia religiosa. En Francia, el Edicto de Nantes (1598) impuso una efímera atmósfera de tolerancia aunque limitada hacia los protestantes (hugonotes), luego suprimida en 1685. El primer ideólogo importante de la tolerancia que tuvo Francia fue Pierre Bayle, quien debió abandonar el país definiéndose desde 1682 por la tolerancia religiosa del Estado y, adelantándose al ambiente de su época, fue el primer pensador de la edad moderna que incluyó también a los ateos entre las personas que debían ser toleradas por las autoridades.
La primera acta de tolerancia en Inglaterra fue elaborada en 1689, pero es de anotar en relación con este país que la pluralidad de sectas protestantes fue un factor que influyó decisivamente en una mayor apertura hacia la tolerancia de los cultos religiosos, situación que no ocurría en Francia, donde primaba una considerable mayoría católica.
Maryland y Pennsylvania fueron pioneros en la implantación de la libertad religiosa en las colonias americanas.
No debemos tampoco caer en el error de que los católicos eran los más intolerantes, también lo fueron los protestantes, el destino del médico y teólogo español Miguel Servet de Villanueva ilustra la intolerancia tanto de unos como de otros, pues, habiendo puesto en duda la doctrina de la santísima trinidad y la divinidad de Jesús, había buscado asilo en Ginebra luego de huir de la inquisición española, pero como también atacó la Institutio Christianae Religionis de Calvino, fue juzgado en esa ciudad y en 1553 se lo condenó a la hoguera como hereje.
La divulgación de la tolerancia religiosa fue un fenómeno paralelo al de la extensión de las ideas de la Ilustración, las prácticas del capitalismo comercial y del democratismo político a lo largo del s. XIX. Pero aunque los principios ilustrados avanzaban en el camino de la tolerancia, la población se aferraba a los prejuicios tradicionales (el fanatismo de una mala opinión pública) por esta motivo la democracia no siempre representó un progreso en dirección a comportamientos más tolerantes.
El rescate de la autonomía del entendimiento y de la conciencia humanas sí representó un enfoque medular por parte de la ilustración para el replanteamiento de la tolerancia, abandonándose la noción del error consentido, y entrando en la aceptación de las diferencias como algo natural que obedecía a la regla de oro según la cual se debe tratar a los semejantes como se desea ser tratado. Sus principales representantes fueron Montesquieu, Voltaire, Rousseau y el movimiento enciclopedista, quienes además destacaron la importancia de la libertad de la razón, así como un cierto relativismo que impide la adjetivación de las diferencias.
La Iglesia católica aceptó abiertamente las posturas de tolerancia religiosa a través de la encíclica Pacem in terris (1963) de Juan XXIII y la declaración de libertad religiosa formulada por el Concilio Vaticano II (1965); pero distingue entre tolerancia dogmática, eclesiástica y estatal. Es obvio que ninguna religión puede ser tolerante internamente en relación con los dogmas, pues tendería a desnaturalizarse, pero sí es entendible y útil que promueva la tolerancia estatal respecto de otros cultos, sin embargo aquella encíclica continúa acentuando el fundamento de la tolerancia en el error.
Sin duda, debemos destacar que de una autoridad dogmática nunca podrá obtenerse un concepto útil de tolerancia, puesto que el dogma y ella son incompatibles.
En la actualidad se ha dicho con algún fundamento que, mientras existan libertad y pluralismo en un régimen democrático, la tolerancia se manifestará de modo autónomo y natural. Sin embargo, los gobiernos han estimado conveniente establecer la tolerancia religiosa como un principio constitucional positivo.
Luego de este compendioso estudio al proceso histórico que ha enfrentado el concepto de tolerancia, podemos resumir entre otras cosas, que la concepción de tolerancia no se manifestó en la antigüedad como resultado de la voluntad política altruista, sino más bien por razones utilitarias (paz social, orden); que el fortalecimiento de las religiones monoteístas agudizó la intolerancia, sustentándola en considerar error la diferencia ajena; que el dogma y el fanatismo permitieron remontar la intolerancia hasta límites insospechados y que, tras la reforma protestante y el advenimiento de la ilustración, el enciclopedismo e instituciones como la Masonería, se comenzó a teorizar la tolerancia algo más allá del ámbito religioso, estableciendo su principal fundamento en la autonomía de la razón humana.
BASE DE LA TOLERANCIA
Después del breve repaso histórico que hicimos, ahora estamos en condiciones de comprender con mayor facilidad cuál puede ser el centro de gravedad del concepto de tolerancia, y que es casualmente el que permite abrirlo hacia áreas diversas de la libertad de culto religioso. Con lo que hemos estudiado hasta ahora, hallamos las siguientes proposiciones de fundamento de la tolerancia: 1) la condescendencia con el error ajeno; 2) la aceptación de las diferencias naturales, sin calificarlas; 3) la simple prevalencia de la aplicación de la máxima de oro; 4) La libertad, la libertad de conciencia y la autonomía de la razón; 5) la ausencia de certezas en el conocimiento no verificable. Es importante señalar que esta selección de ofertas que hemos colocado no pretende ser completa ni correcta, ni siquiera que pueda categorizarse uniformemente, ni muestra una sucesión diacrónica, pero resulta conveniente para nuestros efectos expositivos.
En primer lugar debemos rechazar que el fundamento de la tolerancia sea la condescendencia con el error, puesto que tal afirmación, como ya lo hemos expresado, parte de un prejuicio probablemente dogmático en la mayor parte de las hipótesis, y que cae inclusive en el fanatismo como ofuscación de la razón que es. Tanto la religión católica como la academia de la lengua española tienden a concebir la tolerancia en función de la capacidad de soportar el error ajeno. Voltaire es quien más claramente teoriza negando que la tolerancia sea una relación de aceptación condescendiente del error, sino que su idea de tolerancia tiende a identificarse principalmente con la libertad de conciencia, elemento constitutivo de las libertades democráticas.
La aceptación de las diferencias naturales, sin entrar a adjetivarlas de correctas u erróneas, se nos muestra insuficiente para nuestro propósito, aunque aporta mucho al concepto moderno de la tolerancia en cuanto que abandona la preocupación por identificar la diferencia ajena con el error. Montesquieu, explica de modo natural las grandes diferencias entre los pueblos y los estados, de ahí que sea lógica la existencia de credos diversos y formas de vida diversas, por lo que el tema de la tolerancia, que en su opinión no se limita a este aspecto que aquí destacamos, es más bien de tipo político y no religioso, pues el Estado debe aceptar estas diferencias, así como los diferentes cultos religiosos, los que por razones de convivencia pacífica deben tolerarse los unos a otros. Vemos aquí como el Estado verticalmente debe ser tolerante en relación con los credos religiosos y estos a su vez deben tolerarse recíprocamente (nivel horizontal), lo que no necesariamente implica que la reciprocidad sea elemento diferencial o conceptual de la tolerancia. Nótese la ausencia de toda alusión al error, las diferencias sencillamente se aceptan, encontrándose en el núcleo de tal aceptación la máxima de oro.
La "máxima de oro" como fundamento de la tolerancia constituye un tercer peldaño valiosísimo en el ascenso hacia su definición. La máxima de oro, de la que se ha dicho con todo fundamento que es la norma ética fundamental de la que derivan todas las demás, y que encontramos reflejada con gran frecuencia en la retórica mitológica antigua, es la que sostiene sencillamente que debemos tratar a los demás como desearíamos ser tratados nosotros mismos. Esta eficaz norma de convivencia en primer lugar excluye la idea del error, ya que, si estamos errados, lo lógico es que a lo sumo nos gustaría que nos mostraran y trataran de convencer de la verdad ajena, no que nos quemen por no dejarnos convencer.
El contenido ético de la máxima de oro podemos equilibrarlo con el que Voltaire daba a la idea de la tolerancia no sólo como regla de convivencia social, quizá inspirada solamente por motivos de simple conveniencia, sino como actitud moral y ética. La Masonería también concibe a la tolerancia como un camino ético a seguir y que se extiende a todas las opiniones y no sólo a las religiosas, siendo destacable que la mayor parte de su acervo filosófico proviene de la ilustración y del enciclopedismo.
Los filósofos liberales han centralizado sus alegatos en favor de la tolerancia entendiéndola como manifestación de la libertad tanto externa como interna, siendo este último motivo el principal fundamento de la tolerancia que el Estado debe preservar, y como las opiniones son asuntos internalizados por los sujetos, no pueden las instituciones políticas, sociales o religiosas, incursionar en la conciencia humana para reprenderla, corregirla o guiarla. La autonomía de la conciencia y el entendimiento devienen medulares para tolerar las opiniones diversas, y nótese que estos planteamientos liberales permiten entender la tolerancia fuera de los tradicionales límites religiosos, de ahí que se puedan transplantar con toda propiedad al terreno de otro tipo de convicciones como podrían serlo las sociales y políticas, y siempre reivindicando la razón frente al dogma, la razón frente al fanatismo. Obsérvese la identificación del pensamiento anterior con el movimiento enciclopedista, que concluía, en relación con los temas de tolerancia, fanatismo, superstición, etc.
Los progresos en el camino de la verdad sólo se logran en una situación de libertad. Por eso la tolerancia es un simple dictado de la prudencia. Con la prohibición de la duda sistemática y de la revisión de las conclusiones, los errores se eternizan y se evita el progreso de los conocimientos.
Finalmente podemos desplazar el centro de gravedad del concepto de tolerancia en la constatación de la ausencia de certezas en el conocimiento no verificable; conclusión a la que se puede arribar únicamente si se admite inicialmente 1) la libertad de pensar y de opinar; 2) el abandono del dogmatismo y del fanatismo, 3) la autonomía de la razón y de la conciencia humana. Por tanto, podemos afirmar que esta oferta definitoria es neutra, no se encuentra comprometida ni con principios éticos, ni con la satisfacción de intereses públicos, sino que es más bien de tipo epistemológico y objetivo.
La mayoría de los filósofos librepensadores llegan a conclusiones semejantes en cuanto al entendimiento humano. No obstante la Masonería, cuyo marco filosófico es de corte racionalista con matices aprioristas, sí incluye la preocupación ética como lo vimos en nuestro ensayo pasado.
En la tolerancia no hay tampoco ninguna conformidad con el error, con el mal o con la injusticia. La cuestión de la verdad o el error es el tema de las tres grandes direcciones del dogmatismo, del relativismo (o criticismo) y del escepticismo. Y todo esto concierne a la tolerancia sólo dentro del área que algunos autores han llamado del “subjetivismo intermedio”.
No se trata, pues de una conformidad con el error, sino de un relativismo crítico, conforme al cual, dentro de dicha área, no podría hablarse de unas verdades absolutas, ni tampoco, dentro de ciertos límites, de unos errores absolutos.
En lo ético la Masonería ha distinguido siempre, netamente, entre la “luz” y las “tinieblas”. La tolerancia no se refiere aquí al mal y a la injusticia considerados en sí mismos, sino a los medios y a los modos de operar contra tales desvalores.
En primer lugar la Masonería ha entendido siempre (y hoy día esta actitud la defienden incluso ciertos teólogos católicos) que la Ley moral no consiste en un casillero de fórmulas rígidas (como lo era el “casuismo” de la Compañía de Jesús), sino más bien en un conjunto de “claves” de “direcciones de valor”, que la conciencia de cada uno debe aceptar, combinar y reasumir en sí, dentro de su autonomía ética. Por consiguiente, podríamos definir la tolerancia como un derecho, una virtud y un camino ético, que se configura con el respeto por la opinión ajena y su manifestación, en virtud de que no existen condiciones en que se pueda afirmar válidamente su corrección o incorrección; siendo límite el bien común, y que no necesariamente exige reciprocidad. La tolerancia es así un arco que se asienta sobre los pilares de la razón y de la libertad.
El tema de reflexión fue Tolerancia y Fraternidad, donde todas las LLog.·. asistentes, provenientes de diferentes ciudades del país, presentaron sus ponencias que motivaron a participar activamente a cada uno de nuestros HH.·. en las deliberaciones de los TTrab.·. En efecto, no pretendemos, en este breve ensayo, repetir lo expuesto en el mencionado encuentro, sino ahondar aún más en esas reflexiones ya que nuestro ensayo anterior (ver Plancha Masónica Nº 10) tratamos sobre la Ética Masónica, y como la Tolerancia forma parte de la Ética, nos proponemos examinar algunas teorías sobre la Tolerancia para que sirva de complemento a lo ya estudiado.
CONCEPTO DE TOLERANCIA
A pesar de la gran cantidad de material escrito acerca de la tolerancia, pocas veces se nos ofrece una definición acompañada de un examen detallado de sus partes. Esto, si tenemos en cuenta que la mayoría de los autores son muy proclives a adjetivar la tolerancia (religiosa, liberal, de pensamiento, vertical, horizontal, interna, externa, estatal, del pueblo, etc...) debido al caos cognitivo en que se mueve el estudio de esta valiosa idea.
El diccionario de la Real Academia Española nos enseña:
Tolerancia: (sustantivo femenino) Acción y efecto de tolerar. 2. Respeto o consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras. 3. Reconocimiento de inmunidad política para los que profesan religiones distintas de la admitida oficialmente. (...) De cultos. Derecho reconocido por la ley para celebrar privadamente actos de culto que no son los de la religión del Estado.
Tolerar: (verbo transitivo) Sufrir, llevar con paciencia. 2. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente. (...)
Lícito: (adjetivo) Justo, permitido, según justicia y razón. (...)
El estudio cruzado de estas definiciones permitiría aclarar válidamente el concepto de tolerancia como la acción y efecto de permitir algo que no se tiene ni por justo ni permitido, según justicia y razón, sin aprobarlo expresamente.
Claro que esta tesis puede ser combinada de distintas maneras con las mismas definiciones arriba transcritas. No obstante, es necesario aceptar que la que enunciamos aquí es una de las definiciones que necesariamente se colige de las premisas susceptibles de aplicación. Es necesario aceptar, además, que esta posible definición no nos satisface, pues se acerca más bien a la falta de severidad de quien soporta supinamente actuaciones contra la justicia y la razón, supuesto de hecho que no corresponde a la tolerancia, al menos como consideramos que debe entenderse.
Es preciso argumentar, para quien oponga dogmas religiosos a la autonomía de su razón, que las personas que creen en un culto diverso se encuentran erradas. Por tanto, su error produce injusticia, produce una falta contraria a la razón, y que por ello la tolerancia religiosa conduce a aceptar serenamente la actitud ilícita (en justicia y razón) de la persona de convicciones religiosas diversas. Con todo, este mismo planteamiento asociado a actitudes fundamentalistas, o a penas piadosas, tiende a degenerar por el contrario en la intolerancia, pues, deseándose la salvación y la corrección religiosa del prójimo, se le puede obligar a abandonar su “error”. La idea de la condena de la conciencia errada se vincula en él con el convencimiento de que debe existir una instancia con autoridad para decidir sobre el error, con lo cual se vuelve a abrir, de par en par, las puertas a la persecución de los disidentes de la fe. Evidentemente, las maneras de constreñirle a abandonar la conducta errada, su culto religioso, pueden ir desde la mera persuasión respetuosa hasta la cremación en la hoguera, como lo ha demostrado reiteradamente la historia.
Lo cierto es que no podemos estar de acuerdo con esta definición de la tolerancia, ya que se encuentra corrupta por una parcialidad, el prejuicio de que lo que se tolera es una diferencia fundada en el error, en lo injusto, en lo que se opone a la razón. Aceptar una definición como esta, separaría la tolerancia de la intolerancia con apenas una hoja de papel, pues tan fácilmente como se mantiene tendida hacia el “error”, puede decidirse a actuar para corregirlo, y ya sabemos las consecuencias que ese tipo de actuaciones engendran. Admitir la tolerancia como permisividad de lo ilícito, en el tanto que no se comparte expresamente, con lo que se esquiva la complicidad, riñe sin duda alguna con las más elementales normas éticas.
Luego la tolerancia se caracteriza por la aceptación de la diferencia ajena, pero no es correcto considerar que esa diferencia constituya necesariamente un error. Muy por el contrario, y lejos de considerar errores las opiniones divergentes, siempre dentro del campo de la tolerancia religiosa, Locke encuentra su fundamento en función de las características propias del entendimiento humano.
Asimismo podemos señalar, al menos en materia de tolerancia religiosa, que la diferencia que se tolera, concierne a asuntos de opinión, no al conocimiento susceptible de verificación, aunque, como veremos más adelante, puede y debe extenderse a más supuestos de hecho.
La Masonería, que es una antigua institución que se auto define como una sociedad de hombres libres y de buenas costumbres, altruista, filosófica, progresiva y discreta, que ha sido una histórica abanderada de la tolerancia, la define, aunque no de modo oficial ni mucho menos dogmático, como un hábito, el de respetar las opiniones en cualquier materia; opinión de los que creen que debe permitirse en cualquier estado el ejercicio libre de todo culto religioso y respetarse la opinión y manifestación de todas las ideas político sociales
Aún no nos queda suficientemente claro si la tolerancia es un derecho o si se trata de una virtud, o de un camino ético a seguir. Para atrevernos a definir la tolerancia, e identificar sus elementos, creemos necesario hacer un análisis histórico de su desarrollo, así como esclarecer ciertas propiedades suyas que no están suficientemente claras, para luego en las conclusiones poder formular una opinión razonable acerca de su contenido conceptual.
BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE LA TOLERANCIA
En esta parte de nuestro ensayo pretendemos solamente dar a conocer sucintamente cómo se ha desarrollado la tolerancia a través de la historia de la humanidad. Por esta razón, sólo nos limitaremos a examinar aquellos pasajes que hemos considerado más importantes.
Evidentemente el concepto de tolerancia ha venido variando desde la antigüedad, pues aunque hoy se la considera indisoluble de los principios democráticos y del pluralismo, es lo cierto que en tiempos pretéritos existieron muchas sociedades tolerantes pero no necesariamente democráticas.
Se soportaban las diferencias de culto, sin adjetivarlas de error, no por la libertad de conciencia ni por razones de piedad, ocurría por meras razones de utilidad pública: para mantener la paz social y la normalidad de las relaciones comerciales. No en balde sabían los buenos príncipes de la antigüedad que el respeto por las tradiciones de los pueblos conquistados, era garantía de lealtad y estabilidad, noción que tuvo que recordar mucho tiempo después Nicolás Maquiavelo en su tratado El Príncipe. El imperio romano constituye un ejemplo típico.
Ya en sus famosas Meditaciones el sabio emperador pagano Marco Aurelio (quien gobernó Roma desde el año 161 hasta el 180 de nuestra era) que defendió los ideales estoicos que conducen a la felicidad, dedicó uno de los doce libros que las constituían a la tolerancia; que en aquella época se acomodaba mejor en la sociedad gracias al predominio de las religiones politeístas. Ciertamente hubo en la antigüedad muchas sociedades tolerantes, lo cual se debió principalmente al politeísmo, como acabamos de decir, y a los intereses comerciales, que todo hay que decirlo, pues antes como ahora (poco después del Renacimiento), también se dictaron muchas leyes de tolerancia, no por considerarla un valor fundamental, sino en atención de intereses económicos y políticos. Recordemos el descalabro económico que significó para España la intolerancia de los Reyes Católicos que les impulsó a expulsar a la comunidad judía de sus reinos.
Roma, no obstante su politeísmo, se abre a la tolerancia religiosa en el año 313, tras emitirse el Edicto de Milán según el cual los emperadores de Oriente y Occidente aceptaban la libertad de cultos, lo que favoreció la expansión del cristianismo. Sin embargo, no debemos caer en la ingenuidad de considerar que se reivindicaba condescendientemente un beneficio para los cultos diversos del romano, pues en realidad aquello era consecuencia, un pago político, del apoyo militar que la creciente y poderosa comunidad cristiana brindó a Constantino para apartar del poder a su desafortunado suegro Majencio y tomar su lugar tras morir ahogado en el Tíber en su vergonzosa retirada.
La mejor condición estratégica del cristianismo degeneró en una dificultad progresiva para que los paganos y judíos desarrollaran sus cultos. La comunidad cristiana, radicada especialmente en las clases bajas urbanas, antes duramente hostigada por el Imperio Romano en su triste etapa formativa, viéndose ahora tolerada, con un amplio poder y hacienda, y habiendo recibido múltiples beneficios jurídicos y tributarios, asume un movimiento pendular y se torna excepcionalmente intolerante, tanto que muchos autores, incluyendo la mayoría de los clásicos, como Locke, consideran al catolicismo romano como la versión paradigmática de la intolerancia, y por ello afirmaba, paradójicamente, que no debían ser tolerados ni ellos ni los ateos. Intolerancia que se tornó absoluta al ser adoptada por Roma como oficial la religión católica.
Así, la lucha contra las herejías desencadenada desde la caída del Imperio romano (476 e.·.v.·.) ya presagiaba para Europa largos siglos de intolerancia. Sucesos destacados de aquella intolerancia fueron las cruzadas en Tierra Santa o en Europa (catarismo), la guerra contra los infieles, la expulsión de judíos (1492) y moriscos (1609) en la península Ibérica o la práctica de las conversiones forzosas realizadas en las posesiones españolas en América.
Durante la edad media las ideas más avanzadas en materia de tolerancia fueron las de Guillermo de Occam (1300-1350) pues estableció una separación radical entre la fe y la ciencia, y la religión y el mundo, preparando el camino al racionalismo científico y a la reforma protestante.
La Reforma protestante y la Contrarreforma hicieron de la intolerancia una práctica habitual en el s. XVII en Europa, como pusieron de manifiesto las múltiples guerras de religión y la Inquisición. Sin embargo, hubo múltiples movimientos y leyes a favor de la tolerancia, aunque motivados no precisamente por razones altruistas, sino más bien estratégicas o utilitaristas.
Polonia, durante el reinando de Segismundo (1548-1572), fue el primer país en permitir la tolerancia religiosa. En Francia, el Edicto de Nantes (1598) impuso una efímera atmósfera de tolerancia aunque limitada hacia los protestantes (hugonotes), luego suprimida en 1685. El primer ideólogo importante de la tolerancia que tuvo Francia fue Pierre Bayle, quien debió abandonar el país definiéndose desde 1682 por la tolerancia religiosa del Estado y, adelantándose al ambiente de su época, fue el primer pensador de la edad moderna que incluyó también a los ateos entre las personas que debían ser toleradas por las autoridades.
La primera acta de tolerancia en Inglaterra fue elaborada en 1689, pero es de anotar en relación con este país que la pluralidad de sectas protestantes fue un factor que influyó decisivamente en una mayor apertura hacia la tolerancia de los cultos religiosos, situación que no ocurría en Francia, donde primaba una considerable mayoría católica.
Maryland y Pennsylvania fueron pioneros en la implantación de la libertad religiosa en las colonias americanas.
No debemos tampoco caer en el error de que los católicos eran los más intolerantes, también lo fueron los protestantes, el destino del médico y teólogo español Miguel Servet de Villanueva ilustra la intolerancia tanto de unos como de otros, pues, habiendo puesto en duda la doctrina de la santísima trinidad y la divinidad de Jesús, había buscado asilo en Ginebra luego de huir de la inquisición española, pero como también atacó la Institutio Christianae Religionis de Calvino, fue juzgado en esa ciudad y en 1553 se lo condenó a la hoguera como hereje.
La divulgación de la tolerancia religiosa fue un fenómeno paralelo al de la extensión de las ideas de la Ilustración, las prácticas del capitalismo comercial y del democratismo político a lo largo del s. XIX. Pero aunque los principios ilustrados avanzaban en el camino de la tolerancia, la población se aferraba a los prejuicios tradicionales (el fanatismo de una mala opinión pública) por esta motivo la democracia no siempre representó un progreso en dirección a comportamientos más tolerantes.
El rescate de la autonomía del entendimiento y de la conciencia humanas sí representó un enfoque medular por parte de la ilustración para el replanteamiento de la tolerancia, abandonándose la noción del error consentido, y entrando en la aceptación de las diferencias como algo natural que obedecía a la regla de oro según la cual se debe tratar a los semejantes como se desea ser tratado. Sus principales representantes fueron Montesquieu, Voltaire, Rousseau y el movimiento enciclopedista, quienes además destacaron la importancia de la libertad de la razón, así como un cierto relativismo que impide la adjetivación de las diferencias.
La Iglesia católica aceptó abiertamente las posturas de tolerancia religiosa a través de la encíclica Pacem in terris (1963) de Juan XXIII y la declaración de libertad religiosa formulada por el Concilio Vaticano II (1965); pero distingue entre tolerancia dogmática, eclesiástica y estatal. Es obvio que ninguna religión puede ser tolerante internamente en relación con los dogmas, pues tendería a desnaturalizarse, pero sí es entendible y útil que promueva la tolerancia estatal respecto de otros cultos, sin embargo aquella encíclica continúa acentuando el fundamento de la tolerancia en el error.
Sin duda, debemos destacar que de una autoridad dogmática nunca podrá obtenerse un concepto útil de tolerancia, puesto que el dogma y ella son incompatibles.
En la actualidad se ha dicho con algún fundamento que, mientras existan libertad y pluralismo en un régimen democrático, la tolerancia se manifestará de modo autónomo y natural. Sin embargo, los gobiernos han estimado conveniente establecer la tolerancia religiosa como un principio constitucional positivo.
Luego de este compendioso estudio al proceso histórico que ha enfrentado el concepto de tolerancia, podemos resumir entre otras cosas, que la concepción de tolerancia no se manifestó en la antigüedad como resultado de la voluntad política altruista, sino más bien por razones utilitarias (paz social, orden); que el fortalecimiento de las religiones monoteístas agudizó la intolerancia, sustentándola en considerar error la diferencia ajena; que el dogma y el fanatismo permitieron remontar la intolerancia hasta límites insospechados y que, tras la reforma protestante y el advenimiento de la ilustración, el enciclopedismo e instituciones como la Masonería, se comenzó a teorizar la tolerancia algo más allá del ámbito religioso, estableciendo su principal fundamento en la autonomía de la razón humana.
BASE DE LA TOLERANCIA
Después del breve repaso histórico que hicimos, ahora estamos en condiciones de comprender con mayor facilidad cuál puede ser el centro de gravedad del concepto de tolerancia, y que es casualmente el que permite abrirlo hacia áreas diversas de la libertad de culto religioso. Con lo que hemos estudiado hasta ahora, hallamos las siguientes proposiciones de fundamento de la tolerancia: 1) la condescendencia con el error ajeno; 2) la aceptación de las diferencias naturales, sin calificarlas; 3) la simple prevalencia de la aplicación de la máxima de oro; 4) La libertad, la libertad de conciencia y la autonomía de la razón; 5) la ausencia de certezas en el conocimiento no verificable. Es importante señalar que esta selección de ofertas que hemos colocado no pretende ser completa ni correcta, ni siquiera que pueda categorizarse uniformemente, ni muestra una sucesión diacrónica, pero resulta conveniente para nuestros efectos expositivos.
En primer lugar debemos rechazar que el fundamento de la tolerancia sea la condescendencia con el error, puesto que tal afirmación, como ya lo hemos expresado, parte de un prejuicio probablemente dogmático en la mayor parte de las hipótesis, y que cae inclusive en el fanatismo como ofuscación de la razón que es. Tanto la religión católica como la academia de la lengua española tienden a concebir la tolerancia en función de la capacidad de soportar el error ajeno. Voltaire es quien más claramente teoriza negando que la tolerancia sea una relación de aceptación condescendiente del error, sino que su idea de tolerancia tiende a identificarse principalmente con la libertad de conciencia, elemento constitutivo de las libertades democráticas.
La aceptación de las diferencias naturales, sin entrar a adjetivarlas de correctas u erróneas, se nos muestra insuficiente para nuestro propósito, aunque aporta mucho al concepto moderno de la tolerancia en cuanto que abandona la preocupación por identificar la diferencia ajena con el error. Montesquieu, explica de modo natural las grandes diferencias entre los pueblos y los estados, de ahí que sea lógica la existencia de credos diversos y formas de vida diversas, por lo que el tema de la tolerancia, que en su opinión no se limita a este aspecto que aquí destacamos, es más bien de tipo político y no religioso, pues el Estado debe aceptar estas diferencias, así como los diferentes cultos religiosos, los que por razones de convivencia pacífica deben tolerarse los unos a otros. Vemos aquí como el Estado verticalmente debe ser tolerante en relación con los credos religiosos y estos a su vez deben tolerarse recíprocamente (nivel horizontal), lo que no necesariamente implica que la reciprocidad sea elemento diferencial o conceptual de la tolerancia. Nótese la ausencia de toda alusión al error, las diferencias sencillamente se aceptan, encontrándose en el núcleo de tal aceptación la máxima de oro.
La "máxima de oro" como fundamento de la tolerancia constituye un tercer peldaño valiosísimo en el ascenso hacia su definición. La máxima de oro, de la que se ha dicho con todo fundamento que es la norma ética fundamental de la que derivan todas las demás, y que encontramos reflejada con gran frecuencia en la retórica mitológica antigua, es la que sostiene sencillamente que debemos tratar a los demás como desearíamos ser tratados nosotros mismos. Esta eficaz norma de convivencia en primer lugar excluye la idea del error, ya que, si estamos errados, lo lógico es que a lo sumo nos gustaría que nos mostraran y trataran de convencer de la verdad ajena, no que nos quemen por no dejarnos convencer.
El contenido ético de la máxima de oro podemos equilibrarlo con el que Voltaire daba a la idea de la tolerancia no sólo como regla de convivencia social, quizá inspirada solamente por motivos de simple conveniencia, sino como actitud moral y ética. La Masonería también concibe a la tolerancia como un camino ético a seguir y que se extiende a todas las opiniones y no sólo a las religiosas, siendo destacable que la mayor parte de su acervo filosófico proviene de la ilustración y del enciclopedismo.
Los filósofos liberales han centralizado sus alegatos en favor de la tolerancia entendiéndola como manifestación de la libertad tanto externa como interna, siendo este último motivo el principal fundamento de la tolerancia que el Estado debe preservar, y como las opiniones son asuntos internalizados por los sujetos, no pueden las instituciones políticas, sociales o religiosas, incursionar en la conciencia humana para reprenderla, corregirla o guiarla. La autonomía de la conciencia y el entendimiento devienen medulares para tolerar las opiniones diversas, y nótese que estos planteamientos liberales permiten entender la tolerancia fuera de los tradicionales límites religiosos, de ahí que se puedan transplantar con toda propiedad al terreno de otro tipo de convicciones como podrían serlo las sociales y políticas, y siempre reivindicando la razón frente al dogma, la razón frente al fanatismo. Obsérvese la identificación del pensamiento anterior con el movimiento enciclopedista, que concluía, en relación con los temas de tolerancia, fanatismo, superstición, etc.
Los progresos en el camino de la verdad sólo se logran en una situación de libertad. Por eso la tolerancia es un simple dictado de la prudencia. Con la prohibición de la duda sistemática y de la revisión de las conclusiones, los errores se eternizan y se evita el progreso de los conocimientos.
Finalmente podemos desplazar el centro de gravedad del concepto de tolerancia en la constatación de la ausencia de certezas en el conocimiento no verificable; conclusión a la que se puede arribar únicamente si se admite inicialmente 1) la libertad de pensar y de opinar; 2) el abandono del dogmatismo y del fanatismo, 3) la autonomía de la razón y de la conciencia humana. Por tanto, podemos afirmar que esta oferta definitoria es neutra, no se encuentra comprometida ni con principios éticos, ni con la satisfacción de intereses públicos, sino que es más bien de tipo epistemológico y objetivo.
La mayoría de los filósofos librepensadores llegan a conclusiones semejantes en cuanto al entendimiento humano. No obstante la Masonería, cuyo marco filosófico es de corte racionalista con matices aprioristas, sí incluye la preocupación ética como lo vimos en nuestro ensayo pasado.
En la tolerancia no hay tampoco ninguna conformidad con el error, con el mal o con la injusticia. La cuestión de la verdad o el error es el tema de las tres grandes direcciones del dogmatismo, del relativismo (o criticismo) y del escepticismo. Y todo esto concierne a la tolerancia sólo dentro del área que algunos autores han llamado del “subjetivismo intermedio”.
No se trata, pues de una conformidad con el error, sino de un relativismo crítico, conforme al cual, dentro de dicha área, no podría hablarse de unas verdades absolutas, ni tampoco, dentro de ciertos límites, de unos errores absolutos.
En lo ético la Masonería ha distinguido siempre, netamente, entre la “luz” y las “tinieblas”. La tolerancia no se refiere aquí al mal y a la injusticia considerados en sí mismos, sino a los medios y a los modos de operar contra tales desvalores.
En primer lugar la Masonería ha entendido siempre (y hoy día esta actitud la defienden incluso ciertos teólogos católicos) que la Ley moral no consiste en un casillero de fórmulas rígidas (como lo era el “casuismo” de la Compañía de Jesús), sino más bien en un conjunto de “claves” de “direcciones de valor”, que la conciencia de cada uno debe aceptar, combinar y reasumir en sí, dentro de su autonomía ética. Por consiguiente, podríamos definir la tolerancia como un derecho, una virtud y un camino ético, que se configura con el respeto por la opinión ajena y su manifestación, en virtud de que no existen condiciones en que se pueda afirmar válidamente su corrección o incorrección; siendo límite el bien común, y que no necesariamente exige reciprocidad. La tolerancia es así un arco que se asienta sobre los pilares de la razón y de la libertad.
1 comentario:
Buenos dias QQ:.HH:. La tolerancia es una piedra bruta cuyo pulimiento es constante. A mi entender no es una virtud ni un derecho. Es una característica del individuo de libre pensar. La traemos al mundo desde nuestra gestación que con el caminar en busca de la luz la vamos puliendo a fin de poder ser justos y armonizar en el mundo de la dualidad. Aceptar la diferentes opiniones de los hermanos, sean justas, injustas o descabelladas desde nuestro punto de vista, demanda una TOLERANCIA refinada lograda por el largo trajinar de la vida cuyos conocimientos están amparados a la luz del Sol y de la Luna. He dicho.
C:.M:. Carlos Levi, del valle de Asunción, Paraguay.
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