jueves, 30 de agosto de 2007

Los Templarios: 700 aniversario del inicio de su final.


Por: Mario Morales Charris 33º
Ven:. Maest:. Resp:. Log:. Lealtad No. 7
Ex Gran Maestro de la Muy Resp:. Gr:. Log:. del Norte de Colombia
Pres:. Gran Consejo de Cab:. Kadosch «Lealtad Nº 3», Cám:. 30°



«Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini tuo da gloriam»
(«No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre sea dada toda la gloria»)

Divisa de los caballeros de Cristo


La historia nos enseña que en el siglo XI se pusieron de moda las peregrinaciones a lugares sagrados, especialmente a Roma, a Santiago de Compostela y a los «Santos Lugares» donde transcurrieron la vida, pasión y muerte de Jesucristo. La más alta meta de un peregrino consistía en viajar a Jerusalén para postrarse en el santuario que albergaba el Santo Sepulcro.

Tierra Santa se encontraba bajo la posesión de los califas abbasíes de Bagdad. A pesar de que éstos profesaban la religión islámica, toleraban y favorecían las peregrinaciones cristianas a sus territorios. Pues, los visitantes les aportaban provechosos ingresos. Pero, mediado el siglo, los agresivos y exigentes jefes musulmanes se apoderaron de toda la comarca.

Rescatar Tierra Santa de los infieles y restablecer la seguridad en las rutas de peregrinación fue un pretexto. Las verdaderas causas de las cruzadas son sociales, políticas y económicas. El componente religioso fue simplemente una excusa para arrastrar a la guerra santa a un gentío de personas de toda condición social que se sintió encantada por la obra de ganar para la fe de Cristo los Santos Lugares.

El papa Urbano II convoca en Clemont, Francia, un concilio ecuménico que inició sesiones el 18 de noviembre de 1095, con la finalidad de alistar una peregrinación armada para rescatar de manos infieles los Santos Lugares; para ello, prometió remisión de todos los pecados a aquellos que se enrolaran a dicha aventura. De esta manera el ecuménico aprueba la cruzada. Con mucho entusiasmo los peregrinos cosían sobre el hombro derecho de sus capas o túnicas el distintivo de una cruz de trapo rojo. Por tal razón se les llamó «cruzados» y a las expediciones que los condujeron a Oriente, «cruzadas».

Tres años después de la partida (15 de julio de 1099) los cruzados habían logrado su objetivo principal: se habían apoderado de la ciudad sagrada de Jerusalén luego de violento asedio. La ciudad fue en parte repoblada y se transformó en capital de un reino cristiano de contextura feudal similar al francés. Con la ocupación de Jerusalén quedaba despejada la ruta habitualmente seguida por los peregrinos y penitentes que arribaban a adorar el Santo Sepulcro. Asimismo quedaba también abierto el rico camino de mercaderías.

Es interesante anotar que la pertenencia cristiana sobre los Santos Lugares fue muy efímera, debido a que la angosta área de terreno siempre estuvo asediada por una inmensidad de musulmanes discrepantes. Sin embargo, los cristianos se mantuvieron en esas tierras solamente gracias al esfuerzo de las órdenes monásticas creadas expresamente para combatir, principalmente los hospitalarios, los Templarios y los teutónicos. Por tanto, fue necesario de siete cruzadas –aunque algunos historiadores reconocen ocho– a lo largo de dos siglos, y de todas ellas la primera fue la única que triunfó, quizá porque era una utopía y una ligereza táctica y logística frente a las condiciones favorables, bajo todo punto de vista, que tenían los musulmanes.

Sin duda alguna a los cristianos no les iba a resultar fácil defender el reino de Jerusalén, ya que los sarracenos se encontraban en su propia casa y contaban con recursos humanos supuestamente inagotables. En cambio, los católicos se habían dividido en un precario aglomerado de Estados feudales, unidos tan sólo por exiguas relaciones de sumisión y separados por ambiciones personales, disputas étnicas y adversos intereses de tropa. De ningún modo dejaron de ser fuerzas invasoras de territorio enemigo.

Por otra parte el rey de Jerusalén, agobiado por cualquier cantidad de problemas de su reino, no estaba en disposición de enfrentar las actividades de policía que el entorno requería. Es así como en 1115, un misericordioso caballero francés llamado Hugo de Payens y su compañero Godofredo de Saint-Adhemar, flamenco, idearon el proyecto de constituir una orden monástica –la orden de los pobres soldados de Cristo– dedicada a la protección de los peregrinos y a la escolta de las inseguras rutas del reino, en especial la de Jaffa, donde los ladrones asaltaban a los peregrinos.

Los primeros fieles de la Orden fueron siete caballeros franceses. El grupo había jurado en 1118, ante el patriarca de Jerusalén, los votos monásticos de castidad, pobreza y obediencia. Balduino II de Burgo, conde de Edesa y rey de Jerusalén, les concedió cuarteles en las mezquitas de Koubet al-Sakhara y Koubet al-Aksa, situadas sobre el solar del antiguo Templo de Salomón. Por este motivo la orden se llamaría, con el tiempo, «Orden del Temple» y sus miembros «Templarios».

Nueve años después decidieron alcanzar el reconocimiento oficial de la Iglesia que ya les había concedido el soberano. Solicitaron a Esteban de Chartres que les redactase una norma y Hugo de Payens la entregó personalmente al entonces Papa, Honorio II. Remitida la misma al Concilio de Troyes el 14 de enero de 1128 donde fue aprobada y la Orden del Temple tuvo, desde ese entonces, carácter “oficial”.

Más tarde la incipiente Orden despertó el entusiasmo de uno de los eclesiásticos más prestigiosos de la Cristiandad, San Bernardo de Claraval, el reformador del Cister , quien llegó a manifestar que “los Templarios pueden librar los combates del Señor y pueden estar seguros de que son los soldados de Cristo...”

Tiempo después el Temple creció y fue necesario jerarquizarla por categorías y una especialización en los oficios. Los caballeros discípulos constituían una minoría escogida. El resto de la Orden estaba formada por capellanes, hermanos de oficio, sargentos de armas, artesanos, visitadores e incluso asociados temporales. A la cabeza de todos ellos estaba la máxima autoridad, el Gran Maestre, elegido por concilio general en la casa madre de Tierra Santa.

Luego en los siglos XII y XIII se presentaron persistentes luchas entre cristianos y musulmanes en Tierra Santa, lo que dio como resultado la pérdida continua de poblaciones cristianas y posesiones templarias en este lugar. La pérdida de la última fortaleza cristiana en Tierra Santa, San Juan de Acre, a manos de los musulmanes predijo el comienzo del fin de las órdenes religioso-mlitares. El Gran Maestre del Temple pasó a residir, por un tiempo, en la vecina isla de Chipre, para trasladarse más adelante a Francia.

Debemos destacar que la Orden profesaba la humildad, pero el enriquecimiento fue uno de sus objetivos desde el principio, con el cual ayudaron a la gente más necesitada; además formaron una legión de artesanos. Desarrollaron el arte gótico y construyeron más de setenta catedrales en menos de cien años; elaboraron una simbología y un código para su comunicación interna, ante la ignorante desesperación de reyes y obispos; protegieron fraternidades que al caer la Orden de los Templarios se transformaron en la semilla de la Francmasonería.

Cuando fueron expulsados de Palestina en 1291, al poco tiempo se convirtieron en los banqueros de Europa. Poseían además una multitud de granjas agrícolas y con sus cultivos alimentaron a hombres y animales de Europa; durante los casi 200 años de su existencia Europa no sufrió de hambre. Su importancia simuló extenderse. Efectivamente el Papa Inocencio II expidió una insólita bula papal por la que se les concedía a los caballeros un poder ilimitado y se les declaraba un ejército autónomo e independiente de cualquier influencia de reyes. Con estas atribuciones obtenidas, llegaron a ser los predecesores de la banca moderna, adjudicando créditos lo que incrementó su influencia.

Al mismo tiempo, la necesidad de gestionar los recursos enviados de Europa a Palestina para sostener las cruzadas facilitó el que la Orden desarrollase un eficiente sistema bancario, en el que confiaban también la nobleza y la realeza de toda Europa. La exención de pagar impuestos y diezmos en cualquier Estado del mundo, contribuyó del mismo modo a que la Orden acumulase una considerable riqueza. Sin embargo, debemos señalar que esta riqueza se debió también al buen manejo en la administración de sus bienes, a que eran expertos negociadores y obtenían buenas donaciones. Su privilegiada posición estratégica igualmente les permitió comerciar con Oriente, llegando incluso a disponer de su propia flota de barcos que les permitía transportar sus bienes y sus tropas a Tierra Santa.

A lo anterior debemos agregarle que fueron los antecesores de los «cheques viajeros» ya que sus notas ó documentos eran pagados al portador a su presentación en cualquier parte del mundo. Fueron de la misma manera los progenitores de los «valores en custodia» de toda la realeza europea. Proporcionaron conocimientos de contabilidad bancaria por la misma razón de administrar adecuadamente los dineros, metales (oro, plata y otros), bienes y servicios. Aportaron los primeros conocimientos sobre las «Cartas de Crédito» ya que eran los importadores y exportadores de la época en toda Europa y el Oriente. Fueron los primeros intermediarios financieros (préstamos y colocaciones) de la banca de la época. Por último, a ellos se les debe la divulgación de la «Letra de Cambio» que se utiliza hoy por los comerciantes y empresarios para realizar operaciones de descuentos y redescuentos en los diversos bancos del mundo.

Como consecuencia de todo lo narrado brevemente hasta aquí, corría ya el año de 1307 y en Francia reinaba Felipe IV “El Hermoso”, último rey capeto[1], conocido también como “el rey de hierro”. Hombre inteligente y astuto, ambicioso y maquiavélico, quien fortaleció a la Corona, cuya economía estaba resentida por los costos de las prolongadas cruzadas. Para recuperarla toma diversas medidas absolutistas, deshonrosas y tramposas para obtener recursos: intentó alterar la moneda, limitar los beneficios de la Iglesia, exprimir la banca lombarda, devaluar la moneda; pero sin duda alguna las que le resolvieron el problema y enriquecieron las arcas del estado fueron dos disposiciones: la expulsión y apropiación de los bienes de los judíos en 1306 y la supresión de la Orden del Temple y la apropiación de sus bienes bajo la acusación de herejía en 1307. La Corona francesa dependía económicamente de la Orden del Temple ya que las deudas contraídas con ella eran tan enormes que casi podríamos afirmar que Francia pertenecía a los Templarios. Para evitar el pago, preparó el arresto de todos los Templarios que se encontrasen en territorio francés acusándolos, como ya dijimos, de herejía y de muchos otros delitos.

La detención de los Templarios sin la autorización del pontífice, de quien depende directamente la Orden, hace protestar a Clemente V, pero el rey lo convence presentándole las confesiones obtenidas bajo tortura y consigue que el Papa promulgue la bula “Pastoralis praeminen” que decreta la detención de los Templarios en todos los territorios cristianos.

El viernes 13 de octubre de 1307 señala el inicio y la culminación de una serie de fenómenos históricos, políticos y sociales de los más sombríos de la historia de la Iglesia Católica y de Occidente en general. En el amanecer de ese día se desarrolló la mayor operación policial de la Edad Media y, posiblemente, de toda la historia. Se allanaron las casas templarias en Francia. Sorprendentemente los Templarios, hábiles guerreros y feroces luchadores, no opusieron resistencia y se rindieron de inmediato. El Rey había ganado la partida con más facilidad de la esperada. La captura en un solo día de 15.000 hermanos Templarios franceses fue un hecho, entre ellos el Gran Maestre Jacques Bernard de Molay y el Preceptor de Normandia Geoffrey de Charney. Solamente lograron escapar unos 24 hermanos, entre ellos el preceptor de Francia, Gerardo de Villiers y el preceptor de Auvernia, Imberto Blanke. Entre el 19 de octubre y el 24 de noviembre se procede a los interrogatorios y de los 138 interrogados, 36 mueren por torturas.

Presionado por el rey francés, Clemente V convoca en 1308, mediante la publicación de la bula “Regnums in coelis” el Concilio de Vienne con la finalidad de “reformar la Iglesia y recuperar Tierra Santa”, el cual se celebró entre 1311 y 1312. En febrero de este último año Felipe IV envió una embajada formada, entre otros, por Enguerrand de Marigny, Guillaume de Nogaret y Guillaume de Plaisians para entrevistarse con Clemente V. Como las dudas del Papa continuaron, finalmente el propio Felipe IV junto con sus hermanos Carlos y Louis (y con una tropa numerosa) decidieron hacer una “visita de cortesía” al Concilio de Vienne el 20 de marzo de 1312. El 22 de marzo Clemente V se dio por enterado y, después de una reunión secreta en la que la mayoría de los asistentes (que evidentemente también habían entendido la demostración de fuerza del monarca francés) decidieron que no había razones para permitir la defensa de la Orden del Temple, redactó la bula “Vox in excelso” por la que quedaba abolida la Orden Templaria pero “curiosamente” no hace la menor referencia de los delitos de la que fue acusada. Las posesiones le fueron entregadas a los Caballeros Hospitalarios u Orden de San Juan de Jerusalem y a otras órdenes militares, a través de las bulas “Ad providam” y “Considerantes”.

El 12 de mayo de 1310 fueron quemados 54 Templarios cerca del convento de Saint-Antoine en las afueras de París. Poco después condujeron a la pira otros cuatro Templarios, y unos días después subieron al cadalso nueve más, sin incluir noticias dudosas que hablan de siete ejecuciones más en París, aun así estamos hablando de un mínimo de 67 Templarios quemados. Finaliza esta masacre o vil aniquilación el 18 de marzo de 1314, al comparecer Jacques de Molay y Geoffrey de Charnay junto con Hugues de Pairaud y Geoffroi de Gonneville, ante el Concilio de París presidido por el arzobispo de Sens, Philippe de Marigny. Los cuatro acusados son condenados a cadena perpetua, pero entonces el Gran Maestre y el Preceptor de Normandía se retractaron de sus confesiones y proclamaron la inocencia del Temple. Sorprendidos, los participantes en el Concilio se retiraron a deliberar qué hacían con los acusados. Cuando Felipe IV se enteró de lo sucedido ordenó la inmediata ejecución de Jacques Bernard de Molay y de Geoffroi de Charney. La precipitación del monarca es tal que la «Isla de los Judíos» en la que fueron quemados no estaba bajo jurisdicción real porque pertenecía a los monjes de Saint-Germain-des-Près; así que en los días siguientes el rey de Francia tuvo que confirmar a éstos que la ejecución no suponía ningún cambio en la propiedad de esos terrenos.
Consideramos de gran valía puntualizar que la inmolación del Gran Maestre se relizó en la plaza pública de la Catedral de Notre Dame y en ese lugar, después de 700 años no hay una estatua o un busto que lo recuerde, tal vez porque fue una felonía cometida por el rey Felipe IV y el Papa Clemente V, sólo encontramos una simple placa conmemorativa. Ésta se halla en la parte oeste de L'Ile de la Cité, bajando las escaleras del Pont Neuf.

Por consiguiente, podemos afirmar que es la última de una cadena de desafueros en la que, como ya hemos visto, el principal actor responsable de principio a fin fue Felipe IV al que le importaba especialmente no las supuestas herejías templarias sino esconder en definitiva, una de las mayores defraudaciones de la historia. Asimismo debemos señalar en esta obra de confabulación, al oscuro personaje Guardasellos Real, uno de sus asesores jurídicos del rey, Guillermo de Nogaret, todo ante la sumisa actitud del Papa Clemente V (Bertrand de Got) ex obispo de Bordeaux impuesto en el trono de Pedro gracias a las argucias de Felipe IV que ya había depuesto a dos Papas con anterioridad, comenzando así el llamado «Cautiverio de Avignon» por el cual la Sede de la Iglesia de Roma sería por el lapso de 80 años la cuidad de Avignon. También son culpables en el juicio que se les siguió los franciscanos y dominicos.

Además del motivo económico para detener y entregar a la inquisición a los Templarios, Felipe “El Hemoso” tenía un resentimiento personal contra ellos: había solicitado su ingreso a la Orden como miembro honorario y su petición fue rechazada. Tiempo después, en junio de 1306 una multitud iracunda le había obligado a buscar refugio en el Temple de París, donde pudo comprobar las grandes riquezas de la Orden.

Como hecho curioso podemos resaltar que el Gran Maestre Jacques de Molay, un día antes de su captura (12 de octubre) fue uno de los portadores del féretro en el funeral de la cuñada del rey Felipe IV, Catherine de Courtenay, la esposa de Carlos Valois.

Con sus luces y sus sombras los Templarios estaban en el mismo corazón de Europa desde hacía doscientos años y más que en ningún otro país, en Francia, donde había sido creada la Orden. Muchas personas creyeron que la aniquilación de los Templarios era una desgracia y desde entonces pasó a considerarse el Viernes 13 como una fecha fatídica, creencia que aún persiste.

La persecución de la Orden por los monarcas europeos que codiciaban los bienes muebles e inmuebles de la Orden fue implacable, excepto en Portugal donde pudieron seguir viviendo en paz.

Los Templarios fueron acusados de muchísimos cargos divididos en 127 artículos. Entre ellos se destacan los de herejía, idolatría o sodomía. Se acusa a los Caballeros del Temple de renegar de Jesús, de asegurar que es un falso profeta, de escupir sobre la cruz, de adorar a ídolos como la cabeza barbuda llamada Baphomet, de entregarse a la homosexualidad y darse besos obscenos, de omitir intencionadamente las palabras de consagración durante la misa y de todo tipo de crímenes imaginables.

Sobre los hechos acusatorios, la gran mayoría de los Templarios aceptaron haber cometido esas faltas bajo fuertes torturas y degradaciones, otros en cambio prefirieron resistirlas y llegaron hasta la muerte declarándose inocentes de los delitos que les imputaban.

Según la gran mayoría de investigadores y especialistas en las distintas ramas del derecho, en lo penal y canónico sobre todo, coinciden en que las acusaciones y los procesos montados contra los Templarios por los juristas-consejeros del Rey de Francia, los Caballeros del Temple son completamente inocentes y los procesos son malos de pleno derecho. Pero históricamente, la humillación resistida por su adicción al dinero, al poder y a la política, los censura inexorablemente como culpables. No por haber engañado a la Iglesia ó a la Monarquía, sino por haberse traicionado a ellos mismos, a sus ideales y a sus principios. Por estos motivos, Felipe IV, hombre inteligente y calculador, aprovechó esas circunstancias, ya que ante las deudas que había contraído con ellos y la envidia por el poder que manejaban, convenció al Papa Clemente V así como a los franciscanos y dominicos que aspiraban su cuota de poder en la Iglesia para que se iniciase un proceso contra los Templarios, acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a los ídolos paganos como ya lo hemos expresado.

Las reacciones de los monarcas de las diversas provincias Templarías fueron muy distintas y en ningún caso le dieron el trato criminal que les dio Felipe IV, por el contrario, no fueron molestados en esos reinos hasta muy avanzado el proceso en Francia, nadie creía las repugnantes calumnias del rey francés.

En Inglaterra los Templarios guardaron la pena de perpetua penitencia, según el Concilio de Londres, la que cumplieron en la paz e intimidad de los claustros, no hubo la menor intimidación.

En Italia se presentó una mayor controversia, se utilizó tortura, surgieron confesiones; pero los Concilios de Rarena y Pisa acordaron entender como inocentes a los Templarios.

En Portugal los miembros de la extinta Orden del Temple el rey Dionis les acogió en una nueva Orden llamada de Cristo que mantiene su existencia en nuestros días.

En Alemania se organizó el «Sínodo de Maguncia» en el que se dictó sentencia absolutoria. Los Templarios alemanes se esparcieron por el mundo, aunque la mayoría encontraron fraternal acogida en la Orden Teutónica.

En España según las distintas zonas hay que distinguir diferentes sucesos. Jaime II de Aragón cambió de parecer al recibir cartas de Felipe IV; quiso adjudicarse las posesiones del Temple, encontrando una clara oposición por parte de los Templarios de su reino. En el Concilio de Tarragona fueron absueltos. En Castilla-León los Templarios pasaron a otras Órdenes Religiosas.

Para finalizar nuestra exposición, queremos llamar la atención sobre algunos revelaciones –ciertas o no, o mera coincidencia pero se cumplieron– que vienen circulando antes que fuera quemado vivo en la hoguera Jacques de Molay. Éste lanzó una maldición al Rey Felipe el Hermoso y al Papa Clemente V, y les predijo su muerte antes de un año. Pero además, le advirtió al rey Felipe IV que con él se acabaría la estirpe. Aclaramos de hecho, que combatimos la superstición en todas sus formas. Por tanto, no creemos en nada de esto; sólo lo consignamos porque forma parte de esta historia.

Clemente V, el papa que no supo oponerse a los deseos reales franceses, murió un mes después que Molay. Ocho meses después moría Felipe IV como consecuencia de la caída de un caballo. El canciller francés, Nogaret, que instruyó y auspició el proceso, tuvo similar fin. Enguerand de Marigny, el siniestro ministro de finanzas del rey, murió ahorcado al año siguiente. Guillamme de Plaisians murió también al poco tiempo, sin haber alcanzado la riqueza y los honores que pensaban. Esquieu de Froyran que inició en la corte aragonesa la cadena de mentiras que sirvió de base al proceso, cayó apuñalado. Todos los actores de la desventura Templaria perecieron pronto y de forma poco habitual, cerrándose así el telón de la Gran Orden de los Caballeros de Cristo, como si el grito de Molay pidiendo venganza hubiera sido escuchado en lo más profundo del Cosmos…!

Felipe IV “El Hermoso” al morir en 1314 tenía tres hijos varones que murieron los unos después de los otros tras haber ocupado el trono como Luís X (1314-1316), Felipe V (1316-1322) y Carlos IV (1322-1328), sin dejar descendencia; motivo por el que recibieron la denominación de “Reyes malditos

La nobleza francesa tras la muerte de Carlos IV en 1328 escogió los descendientes más directos de la Corona francesa. Les correspondió a los nietos que Felipe IV tenía por vía femenina. Por parte de su mujer Juana de Navarra tenía derecho al trono el hijo de ésta, Carlos de Evreux, y por parte de su hija Isabel de Francia, su hijo Eduardo III de Inglaterra. A pesar de ello, los juristas franceses optaron por aplicar una vieja ley germánica (la Ley de los Francos Salios “ley Sálica”) en virtud de la cual quienes descendían del monarca reinante por vía femenina quedaban excluidos de la sucesión al trono. De este modo se excluyó tanto a la Casa de Evreux como a la de Inglaterra y la nobleza francesa escogió como monarca a Felipe de Valois, hijo de un hermano de Felipe IV, quien subió al trono francés como Felipe VI (1328-1350). La dinastía de los Valois reinaría en Francia hasta 1589 y sería sustituida por la de los Borbones a partir de Enrique IV.

A manera de conclusión podemos decir que aquella Orden de Caballería, colmada de héroes y de mártires, creadora de riqueza no sólo material sino también espiritual, de paz, de trabajo, de estabilidad, se vio enrollada en una tempestad de codicia y de maldad, víctima también de sus propios errores, a veces de su propia soberbia; no mereció el final que tuvo. Víctima de la ambición criminal de un rey corrupto y de un Papa deshonesto, la Orden del Temple nos deja a pesar de todo un legado de armonía, de fortaleza y de conocimiento, imposible de desatender por los hombres de cualquier época. Por ello, es una base de la Masonería actual.

Que por siempre la Paz sea con ellos, por lo que fueron y por lo que pudieron llegar a ser…!
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[1] Apodo de Hugo, primer rey francés de la tercera dinastía, y que se extendió luego a todos los reyes de la misma (987 – 1848). Hugo Capeto (987-996) era hijo de Hugo “El Grande” (+956), quien en el 923 había destronado a Carlos “El Simple”, último monarca de la dinastía carolingia.

Referencias bibliográficas

  • Abrines, Lorenzo Frau. DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO DE LA MASONERÍA. Editorial del Valle de México, S. A. Tomo III. México. 18 de septiembre de 1981.
  • Baigent, Michael y Leigh Richard. MASONES Y TEMPLARIOS –sus vínculos ocultos–. Ediciones Martínez Roca, S. A. Madrid, España. Abril de 2005.
  • Beck, Ralph T. LA MASONERÍA y otras sociedades secretas. Editorial Planeta. Bogotá, Colombia. Agosto de 2004.
  • Blashke, Jorge y Río, Santiago. LA VERDADERA HISTORIA DE LOS MASONES. Editorial Planeta, S. A. Primera edición. Barcelona, España. Enero de 2006.
  • Mackey, Albert Gallatin. ENCICLOPEDIA DE LA FRANCMASONERÍA. Editorial Grijalbo, S. A. Tomo IV. México. Marzo de 1984.
  • Solano Bárcenas, Orlando. LA LOGIA UNIVERSAL. Ediciones Universidad INCCA. Bogotá. Mayo

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